Dicen

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Dicen que se están marchitando las amapolas.

Que sus colores se han tornado sombríos

y que han dejado de sonreírle al viento

para dejarse abrazar por la fría y húmeda tierra.


Dicen que las amapolas

han bailado su último vals.

Que han guardado todos sus pétalos y hojas

en la bóveda del olvido

para allí dejarlos

mientras el tiempo da su viaje postrero.


Dicen que las amapolas ya no cantan.

Por eso, las abejas no las hallan

y las libélulas vuelan angustiadas,

desesperadas,

tratando de encontrar siquiera una.


Las amapolas se marchitan,

ya no bailan.

Las amapolas se esconden tras el olvido.


No obstante, un beso suave y húmedo

acaricia sus labios de grana: es el rocío,

quien les canta sobre la mañana.

Después del canto les sonríe

ya que tras el sol siempre llega la esperanza.

En el silencio

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Sé que llevo tiempo en el silencio,

instalada y sin decir una palabra.

Sé que me he sentado sobre el suelo,

a veces bañada de luna

y otras, de alborada.


Sé que el silencio es caprichoso:

cuando quiere te pinta las memorias de alegrías

o las cubre de melancólicos pesares.


Sé que llevo tiempo en el silencio

con los ojos cerrados;

con los ojos abiertos.

Sé que tengo el cuerpo entumecido,

con las manos juntas

y los dedos entrelazados.


Sé que prodría parecer solo un fantasma,

penando por pasillos y recámaras,

pero no lo soy.


Hoy soy solo un suspiro,

una exhalación o un respiro.

Hoy solo soy el viento que sabe a mar;

sentada con un caprichoso consentido

que a veces te quita

y a veces te da.


Sé que llevo tiempo instalada en el silencio,

sentada en el suelo con los ojos abiertos,

con los ojos cerrados.

Sé que hace tiempo no te regalo

el calor de mis manos.

Pero, hoy para ti

seré más que un respiro

y tú para mí

serás un dulce suspiro.

 

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Photo by Sindre Strøm from Pexels

Hoy creo

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Creo que voy a cantarle otra vez a la luz y a la mañana.

Creo que voy a cantarle al calor, al sol y a la alborada.

Creo que le cantaré a la primavera, al otoño y al estío.

Creo que le cantaré a las flores, a los montes y a los ríos.


Creo que uniré mi voz a todos los trinos

-los que son, los que serán y los que se han ido-.

Creo que abriré los ojos de todos los dormidos,

aquellos que hibernaron sin decirlo.


Creo que me negaré a conformarme

con este invierno terco e impertinente

que se niega abandonar mi sino;

que me niega mi destino y mi suerte.

Creo que me convertiré en pura lava

y derretiré la roca que me esconde.

Creo que hoy mismo se acabará el invierno.

Seré luz, calor y sol en mi alborada.

Hay lunas

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Hay lunas que se difuminan,
que se arrastran por el cielo perezosas.
Hay lunas que susurran
un misterio que es solo tuyo
y que duerme entretejido
entre las nubes.
Hay lunas que te besan el alma,
que te dejan un galope por latido.
Hay lunas que son solo lunas
y sueños que son solo sueños.
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* Foto de Joonas Kaariainen, Pexels.com. (https://www.pexels.com/photo/astronomy-cloud-clouds-cosmos-239107/).

Una canción por Puerto Rico

 

Saludos a todos y todas, amigos y lectores de Entre San Juan y la Mancha. Hace varias semanas que no hablamos. A veces las complicaciones de la vida hacen que uno desacelere un poco el ritmo de trabajo o haga una pausa. Yo no hubiera querido que la pausa durara tanto, pero un acontecimiento me entumeció el alma y me dejó sin voz: la devastación que dejó el huracán María sobre Puerto Rico. Para aquellos que no lo sepan yo soy puertorriqueña. Aunque en estos momentos no estoy en la isla, tengo familia y amistades que viven allí. El dolor que escucho en sus voces, cuando logramos comunicación, me tiene el corazón contrito. No obstante, al ver cómo mi gente lucha por salir adelante, cómo muchos boricuas de la diáspora están moviendo cielo y tierra para ayudar a los suyos, al escuchar las voces de apoyo y ver cómo hermanos de otros países se solidarizan con nosotros me llena el alma de luz. Por tal motivo, quiero compartir con ustedes una hermosa canción de la cantante Lorell Quiles. El video humedece mis ojos y la canción me trae esperanza. A todos aquellos y aquellas que han orado, ayudado y trabajado por Puerto Rico ¡gracias! A todos mis hermanos boricuas de la isla: no están solos, sus hermanos están luchando por ustedes. Nos levantaremos. ¡Puerto Rico se levanta!

Me he movido

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Es cierto que me he movido lento,

pero me he movido.

Es cierto que he mirado al futuro con recelo

como esperando encontrar nubes grises

en vez de soles.

 

Confieso todo esto y más.

Confieso que me ha dolido la vida

al medir con el alma

la distancia entre mi tierra y mi exilio.

Confieso que he llorado callada

y confieso que no sé si dejaré de hacerlo.

 

Son ciertas tantas cosas de mí

como son muchas las confesiones guardadas.

Solo quiero ser yo,

auténtica y única.

Un Yo que no tenga que disfrazarse de roca

cuando en realidad es frágil cristal,

al menos, por ahora.

 

Sí,

solo por ahora me siento perdida.

Solo por ahora me siento en el exilio.

Solo por ahora siento este dolor

que se traduce en lágrimas,

lágrimas que esculpen delicadas

la estatua de cristal que es mi Yo.

 

 

Respiro lento y profundo.

Sé que todo acabará.

El dolor se transformará

en celebración genuina

y el exilio en hogar.

Entonces, el cristal volverá a ser roca,

el sol brillará como mil soles

y el futuro se presentará alegre,

juguetón y enternecido.

Porque, aunque es cierto que me he movido lento,

¡me he movido!

Caminando sobre la tierra ©

Pies manchados

Caminando descalza sobre la tierra mojada

pienso solamente en las frías gotas

que se deslizan perezosas

sobre mi piel callada.

 

Mis oídos recogen la sinfónica melodía de la lluvia

mientras mis empapados cabellos

se rinden a la suave caricia del agua fragmentada.

 

Me detengo ante el nublado paraje.

Los pies no deciden su ruta

solo permanecen allí,

como sembrados,

sintiendo la delicada textura de la tierra fresca,

mojada;

olorosa a naturaleza siempre virgen,

siempre nueva.

Mis pies solo se dejan seducir

por el abrazo callado

de todas las raíces de la tierra.

 

Un camino se extiende hacia mí,

sin embargo, mis pies sembrados no se mueven.

La tierra me alimenta el alma

y la lluvia aplaca la sed.

Todo tiene sentido desde la tierra,

desde el agua,

desde esa lluvia que no ha dejado de cantar mi nombre.

 

El paraje me espera,

pero no me muevo.

Yo solo soy cedro,

yo solo soy lluvia,

yo solo soy tierra.

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* Este poema está protegido por las leyes de derechos de autor. Ningún fragmento del mismo puede ser utilizado sin el debido permiso de la autora.

El viejo arte de escribir cartas

El viejo arte de escribir cartas

 

¡Por favor! ¡Qué alguien me diga que recuerda cuando se escribían cartas! Yo lo recuerdo y no soy tan vieja. Soy consciente  de que hay una generación que nació en la era digital en la que hablar de internet, celulares, skype, Facetime, WhatsApp, etc., es lo más normal del mundo. Sé que existen personas que no se pueden imaginar cómo era el mundo antes del celular. También sé que hay otras que el único correo que conocen es el electrónico; que piensan que la dirección postal es solo para llenar documentos oficiales y para que le lleguen a uno las deudas. Esto último sino no sean matriculado en el programa «paperless» de la compañía para que todo se lo envíen al email.

 

Yo sé todo esto, sin embargo, no deja de asombrarme cuando personas de mi generación, o anteriores, se muestran asombradas y confusas cuando les digo que quiero escribir una carta de mi puño y letra o que me gustaría recibir una carta de algún amigo en el buzón. De repente, parece que me salieran monos en la cara por la mirada incrédula de mi interlocutor. 

  • Pero… ¿Tú no lo tienes en Facebook?
  • Sí, lo tengo en Facebook.
  • Pues envíale un mensaje por Messenger.
  • ¿Un mensaje por Messenger? Si yo le escribo por WhatsApp todos los días.
  • ¿Entonces?
  • ¿Entonces qué?
  • ¿Para qué quieres escribirle una carta de papel?
  • Bueno, para hacer algo diferente. No sé, enviarle cosas bonitas.
  • Nena, pues envíale un email con algún video de YouTube o algo así.
  • Pero es que yo quiero enviarle algo tangible; algo que pueda, tocar, admirar y leer de mi puño y letra.

 

Mi interlocutor me mira perplejo, como me mira la empleada de la tienda cuando, en la sección de tarjetas, le pregunto que dónde están los conjuntos de papeles con diseños y sobres para escribir cartas. ¡Es que me mira con una cara! Parece que le dijera “buenas tardes, señora, ¿sería tan amable de indicarme cómo llego al planeta B612? Me urge estar allí para cuidar de mi rosa. Por cierto, ¿no tendrá usted por ahí un par de aves que me preste para volar de regreso a mi planeta?”.

 

En este nuevo mundo tecnológico, donde la gratificación instantánea es la orden del día, el arte de escribir cartas a mano se convierte en algo lejano, confuso e ininteligible. ¿Por qué esperar días, hasta semanas, por una carta? ¿Por qué? Creo que los que llegamos a escribir cartas a nuestras amistades o a algún gran amor sabemos por qué: la emoción que rodea todo el proceso. Recordamos la alegría a la hora de escoger el papel y el sobre con los mejores diseños antes de escribir la misiva. Algunos escribían en un color de bolígrafo en específico; otros enviaban dentro de los sobres pequeños obsequios: una foto, un marcador de libros, un recorte de periódico, etc. Pero si eso era emocionante, más lo era esperar la respuesta de la carta. ¿Cuánto se tardaría en responder? A eso había que añadirle el hecho si la persona vivía en otro país: después de escrita, hasta una semana si era E.E.U.U. y dos semanas si era Europa. ¿Y si mi carta nunca llegó? ¿Y si su respuesta se extravió? Entonces, cuando íbamos al buzón, allí estaba: sentadita muy quieta, escondida detrás de las otras cartas que solo hablaban de deudas. Tomábamos la carta en las manos y nos encerrábamos en el cuarto a leer. Nos fijábamos en los trazos de cada letra, en el tipo de papel; leíamos cada oración lentamente y escuchábamos la voz de la otra persona resonar en nuestra memoria. Reíamos con las anécdotas y los chistes de los amigos; llorábamos con las noticias tristes de algún familiar; suspirábamos con los requiebros de amor. 

 

Tal vez todos ustedes me entiendan; tal vez solo me entiendan algunos. Quizás uno que otro me mira con ternura porque verá en mis palabras algún recuerdo, alguna añoranza, alguna nostalgia. ¡Quién sabe! Es posible que haya un poco de todo o nada. No crean que voy a abandonar toda la modernidad de la tecnología para encerrarme en el siglo XIX de las utopías. ¡Qué va! A mí me encanta la tecnología y el internet me permite hablar con ustedes, que viven en diferentes países. No obstante, de vez en cuando quisiera escribir una misiva; quisiera vivir las emociones que vivía cuando lo hacía. Sé que todo es pura nostalgia o anhelo inconfeso, pero no se puede negar que hay una magia especial en el viejo arte de escribir cartas. 

La literatura vs. el negocio de la literatura: lo que todo escritor novel debe saber

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El mundo de la literatura es uno hermoso: lleno de aventuras, encuentros y descubrimientos. A todos aquellos y aquellas que nos encanta leer y escribir, sentimos que estamos en el edén cuando nos involucramos en cualquier actividad relacionada al mismo. Les digo, sin temor a equivocarme, que el mundo de la literatura es bello. Pero, como todo mundo habitado por seres imperfectos, como somos los seres humanos, ese espacio vivencial puede ser uno caótico, estresante y conflictivo. Esa complejidad se acrecienta si nos referimos específicamente al negocio de la literatura.

Cuando al fin decidí darle rienda suelta a mi anhelo de escribir y comencé a involucrarme en todo lo que implica ese arte -investigación, corrección, edición, publicación, etc.-, pude vivir en carne propia las palabras que un editor/escritor compartió en una conferencia a la que asistí: «una cosa es la literatura y otra cosa, muy distinta, es el negocio de la literatura». Es ahí donde los huevos se ponen a peseta*.

De primera intención, la escritura y su negocio podrían parecer lo mismo. Sin embargo, cada uno de ellos trabaja diferentes vertientes del arte. La literatura nos habla del ser humano, lo bueno y lo malo; también nos habla de nosotros mismos de una manera más íntima y específica. Su intención es ser leída, es decir algo. La literatura, lo quiera o no, comunica, urga y extrapola. El negocio nos habla de sí mismo: de sus necesidades y los medios para satisfacerlos. Nos habla de estimados, inversiones, ganancias, consumo, el mercado y proyecciones. Mientras nuestra sensibilidad poética desea llevarnos al acto creativo y al disfrute de lo bello, la realidad del negocio nos recuerda miles de otras cosas: que hay que conseguir el ISBN; que hay que pagarle al corrector y editor; que hay que dar el pago a la editorial, o la compañía de internet, para que hagan las primeras 500 copias del texto; que hay que pagar el arte y las fotos de la portada; ver dónde será la presentación; que librerías visitarás para ofrecer el libro; considerar si contratas a un agente literario, etc. Estos son solo algunos de los detalles que enfrenta el escritor novel, y no tan novel, que pueden amedrentar al corazón más valeroso.

Lo importante en todo el proceso, ya sea desde el punto de vista de la literatura o del negocio de la literatura, es que no olvides algo muy importante: hay una historia que solo tú puedes contar o un poema que solo tú puedes crear. Nadie más puede hacerlo porque es tu historia. Se te reveló a ti y únicamente tú la puedes escribir. Ahora bien, ¿qué puedes hacer para lograr tus sueños de escritor o escritora? Bueno, yo no soy la más experta en el asunto, no obstante, me atreveré a recomendarte par de cosas.

  1. Decide si te vas a ir con una casa editorial o si optarás por la autogestión. Cada una de ellas tiene sus pros y sus contras. Estúdialas y decide cuál te conviene.
  2. Participa de diferentes actividades literarias para que conozcas a otros como tú. Conocer a otras personas que comparten tus intereses y que están pasando por lo mismo que experimentas, te hará sentir que perteneces a una familia y que tienes a quién recurrir en caso de pregunta, temor o simple celebración.
  3. Tienes que exponerte. En muchas de esas actividades literarias hay micrófono abierto. Ese es el momento para poner a prueba tu producto, por así decir, y ver cómo es recibido. Así te vas soltando y conociendo el ambiente.
  4. No eres una isla. Socializa con tus pares. El intercambio siempre enriquece, no quita.
  5. Toma todos los cursos de Educación Continua, certificados, etc. que puedas. Esto te ayudará adquirir nuevas herramientas, conocer el negocio, establecer contactos significativos y a pulir tu talento. Recuerda, el conocimiento y la preparación no adulterarán quien eres como escritor ni perjudicarán tu obra.
  6. No tengas miedo. De primera intención todo parece complicado y puede ser abrumador. No te preocupes, esa sensación pasará. Sigue adelante.

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Estas son solo algunas de las recomendaciones a la hora de sobrevivir las dos caras de la literatura. Es importante que te relaciones con ellas ya que serán una realidad en todo tu trayecto. Pero no te preocupes, continúa con tus sueños de ser escritor. No estás sola. No estás solo. Somos muchos los embarcados en esta travesía. Nos habremos de encontrar entre San Juan y la Mancha porque entre los vericuetos del lenguaje siempre habrá lugar para una quijotada.

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* Expresión para indicar que una situación es compleja o difícil. 

Reflexiones veraniegas I : Amando la playa a mi manera

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¡Me encanta la playa! Me gusta escuchar el sonido de las olas. Ese sonido repetitivo que hacen al tocar la orilla me relaja y me hace sentir en casa. El sentimiento se complementa con el olor a salitre que activa las memorias de una niñez y juventud envueltas en ese aroma. Sí, me encanta la playa. 

Amo ver los diferentes tonos de azul reflejados en las tibias aguas de un día soleado en mi isla borinqueña. Estar rodeada de tanto color, de tanta luz, de tanto aroma, de tanta agua, no hacen más que llenarme el alma y mi cuerpo se convierte en caracol que, aun en la distancia, murmura su canto. Sin importar que afuera de mi ventana lo que vea sea el manto frío que teje el invierno, siempre que cierro los ojos escucho el susurro de las olas y un poco de ese mar se me escapa por los ojos. La playa es más que la inmensidad del mar, es la profunda medida de mi añoranza. 

Lo más curioso de todo esto es que no me gusta ir a la playa. ¿Paradoja incomprensible? Me explico. No me gusta sentir la arena en los pies ni cómo ella se me pega al cuerpo. Detesto esa sensasión pegajosa que se lleva uno de regreso a la casa y que lo obliga a meterse bajo la ducha de pies a cabeza. No me gusta ver los pececitos que se acercan y que provocan que esté todo el tiempo en movimiento para evitar que se alleguen. Termino el día exhausta, con calor, pegajosa; con arena hasta en los dientes; desesperada por cambiarme de ropa y muerta de hambre. ¿Será que solo me gusta el aspecto idílico de la playa? 

Independientemente sea el aspecto idílico o no lo que me gusta, lo cierto es que el mar ejerce una gran influencia en mí. El mar me relaja; me inspira. A su canto ancestral recurro cuando necesito concentrarme; cuando necesito crear. El mar siempre me recuerda el camino a casa; es el consuelo de todas mis nostalgias. Es mi llamado a la calma, pero también mi llamado a la acción. Aquellos y aquellas que han tenido la oportunidad de nacer o vivir en una isla o cerca de la costa han experimentado alguna de estas cosas, al menos, una vez. Claro, no puedo afirmar que el 100% de esas personas han sucumbido a su embrujo; sin embargo, puedo decir que han sido muchos los que se han dejado encantar por el sonido de las olas. 

En resumen, ya sea de cerca o de lejos, por nacimiento o por costumbre, por inspiración o por práctica, puedo decir que, como muchos, amo la playa. La amo, no solo por el entretenimiento que ella pueda ofrecer, sino por las cosas que me revela de mí misma cuando la escucho y por ser una musa para mi ingenio.